
En ese entonces el sacerdote
católico, P. Juan Gerard, dispuso una casa segura y colocó a una viuda, Anne
Line, a cargo de la administración del lugar.
El sacerdote, cuya autobiografía
describe su encarcelamiento, tortura y posterior huida de la Torre de Londres
–que en ese tiempo hacía de prisión–, confió en Anne porque era "una mujer
de mucha prudencia y buen sentido", y necesitaba el refugio de la casa
tanto como los sacerdotes que se quedaban allí.